Por
Erika Irusta, doula, pedagoga especializada en energía femenina y
sanación de Lo Sagrado Femenino
Las
mujeres, como los hombres, nos creamos en el útero de nuestra
madre. Bebemos sus emociones, sentimos todo aquello que acontece en
su cuerpo, mente y espíritu. Es nuestro universo durante nueve lunas
y constituye nuestra esencial referencia de la vida humana. En el
caso de las mujeres, nuestros úteros son creados en el útero de
nuestra madre y en él se imprimirán sus emociones básicas acerca
de la feminidad. Así, en su útero, se albergan también aquellas de
nuestra abuela y, si seguimos esta espiral, caeremos en la cuenta de
que en este útero de creación y recreación, nuestro Templo
Sagrado (útero), está construido sobre los pilares de todas las
mujeres de nuestro linaje matrilineal.
El
legado de todas estas mujeres hasta nosotras (o hasta nuestras hijas)
está impreso en nuestro cuerpo, en concreto en nuestros genitales,
nuestros órganos sexuales, nuestros senos y nuestro abdomen. Tener
conciencia de esto nos ayuda a entender el porqué de tantos dolores
“inexplicables”, de tanta ira contenida y de tantas lágrimas
sordas anudadas en nuestra garganta.
Las mujeres de nuestra casa sufrieron miles de abusos, desde la
imagen de pecadora que tuvieron que aceptar “gracias a” la
Iglesia Católica hasta la reclusión “recomendada” en los
fogones. Nuestras ancestras fueron niñas, fueron mujeres, fueron
hijas, fueron madres como hoy lo somos nosotras. Sus miedos y sus
contentos eran similares a los nuestros. Ellas tuvieron sus sueños
cumplidos y sus sueños frustrados. Fueron algo más que cuidadoras,
aunque ahora apenas lo recordemos. Tuvieron inquietudes y necesidades
de brillar como las que hoy sólo confesamos ante el espejo o una
mano amiga.
Leyendo el libro de Madres e
Hijas de la Dra. Northrup pude poner
palabras a lo que tantas veces había sentido hacía mi madre y hacia
mi abuela. Esa necesidad de verlas como mujeres, sin el lazo
específico de la sangre familiar sino con el lazo universal que nos
une a las mujeres en manada. Llorando encontré que en el seno de mi
madre residía una mujer llena de poder. Una mujer a la que podía
admirar. El reflejo de la Diosa, que tantas veces ilustré con
dibujos prestados, estaba ahí y era real. Todos estos años la
buscaba y hasta que no bajé la espada del reproche y abracé
nuestras sombras no pude ver el verdadero rostro de la mujer
en la que me crié y acuné.
Mi
madre también es hija, como lo es mi abuela y todas mis ancestras.
Todas tenemos en común nuestra Fuente de Origen y sólo cuando pude
llegar hasta ella entendí los misterios más inciertos y oscuros de
mi. Comprendí que muchos no eran míos, supe que tantos otros no
eran de mi madre y así fui deshilando la manta de los recuerdos,
hasta llegar a Ellas. Las mujeres del pasado se manifiestan en
nosotras a través de los pálpitos de nuestro útero.
Esta
Sagrada Vasija contiene las aguas de todas las emociones, suyas y
nuestras. Hemos de sentirla sin miedo para poder elegir qué es lo
que queremos quedarnos y qué queremos desechar. Ellas nos acompañan
desde la luz si así se lo pedimos. Simplemente hemos de
nombrarlas con solemnidad, con el corazón y los brazos abiertos
pidiendo su presencia y ayuda. Reconociendo el linaje de sangre
lunar. Os invito a invocarlas. Así lo hago yo desde las
profundidades de mi Ser:
En
este caminar soy Erika, hija de Ana Rosa, hija de Lucila, hija de
Eleuteria, hija de Pascuala, hija y nieta de las mujeres valientes
que me precedieron. A vosotras, abuelas, os invoco desde el Amor,
buscando la Sabiduría que reside en vuestro legado.
Con
estas palabras reconozco su labor aún perenne en esta Tierra,
pues ellas viven en mi sangre. Porque decido honrarlas, las nombro.
Porque decido liberarme de aquello que no quiero, las nombro. Ellas
son la fuerza que impulsa cada una de mis acciones. Ellas son la
Savia de mi cuerpo.
De
todas y cada una, una sonrisa y cientos de lágrimas recorriendo mi
cara. De todas y cada una, el regazo acogedor. De todas y cada una de
las mujeres de mi casa llevo la luz y la sombra. Son cientos y a
todas ellas muestro mi veneración, porque del linaje de mis mujeres
vine a este cuerpo, a esta familia en concreto. Como hija y nieta de
tantas, decido caminar hacia las profundidades de sus úteros para
encontrar el origen de la angustia y ponerle fin.
Siento
que no estamos completas hasta el día en que tomamos aire y nos
aventuramos a bucear en las profundidades de nuestro linaje
femenino. El momento en el que nos reconocemos únicas es el
momento en el que honramos aquello de lo que formamos parte. Sólo
cuando pude sentirme cómoda y reconfortada en los brazos de mi
madre, pude dar el paso hacia mi propio universo. Hasta entonces
había sido una niña perdida, buscando la aprobación de una mujer
que no sabía si amar u odiar. Fuera como fuera nunca tuve elección,
sabía que hiciera lo que hiciera, siempre la amaría. Pese a todo lo
que me dolía reconocerlo, era cierto. Mi universo fue esa mujer y
como nuestra Madre Tierra, por mucho que trates de ignorarla ella
siempre te sostiene. Quizás no es como esperas, pero Ella es el
mundo que necesitas para aprender lo que has de aprender. Cuando
comienzas a amar tus tifones, cuando entiendes tus cataratas, llegas
a encontrarla hermosa. La miras y te reconoces en ella. Entonces
sabes que sois Una, tal y como fuisteis hace años.
Hemos
de aventurarnos a recorrer este laberinto mágico que nos conduce a
la Fuente. Nuestro primer pasadizo es nuestro cuerpo y de ahí se
abren las puertas hacia las mujeres de nuestra casa. Pasamos a través
de nuestro útero al útero materno y de allí al útero de nuestras
ancestras. De una a otra tomamos conciencia de quiénes somos en
realidad. Cada una descubrimos nuestros misterios y os aseguro,
hermanas, que todos son bellos, sea cual sea su forma.
Para
avanzar, no sólo hemos de comprender, sino también honrar nuestro
origen. Gracias a Ellas palpitamos. Sólo Nosotras podemos elegir
cómo.
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